miércoles, 23 de febrero de 2011

GUILFORD (VII)


Annabeth también lo vio a él. Estaban a sólo unos pocos metros de distancia. Por un momento parecía que se dirigía hacia él, pero en lugar de eso, pasó de largo. Así, sin más. Aterrorizado por la remota idea de una Annabeth tal y como Ryan y Gabriella la habrían descrito, no supo cómo reaccionar. Hasta que encontró aquel papel en un bolsillo de su pantalón. Alan lo leyó:

"Nos vemos en el laboratorio de ciencias (2º piso, pasillo de la izquierda) hoy a las 12:30. ¡No faltes! Annabeth."

Aquello llenó de nuevo a Alan de esperanza y, aunque le alegró mucho, le parecía algo extraño que no lo hubiera saludado unos momentos antes. Por no hablar de lo nervioso que aquella situación lo ponía.

Lo más curioso es que Alan iba a las mismas clases que Annabeth. Y que Gabriella y Ryan. Que, por cierto, llegaron justo al comienzo de la clase.

- ¡Te dije que me despertaras, cosa que no me parece tan difícil!-decía Gabriella, que parecía bastante enfadada.
- Lo siento, ¿vale? Te he dicho que lo siento. Se me ha estropeado el móvil y...¡Ey, Alan!
- Hola, chicos, ¿qué tal?- me armé de valor y solté lo que estaba pensando- ¿Problemas de pareja?

Alan difícilmente olvidaría la expresión que en los instantes siguientes ocupó el rostro de sus amigos. Para ser la primera broma, no había estado demasiado acertada.

Alan apenas pudo atender en clase. Planificaba y planificaba la conversación con Annabeth mentalmente una y otra vez, hasta que llegó la hora.

Para su enorme asombro, localizó el laboratorio del que Annabeth le había hablado y entró, esperando no estar haciendo nada prohibido. Estuvo unos minutos esperando, durante los cuales no pudo dejar de pensar que tal vez aquella había sido una de esas estúpidas bromas que tanto le habían gastado a lo largo de sus años como estudiante. Incluso llegó a pensar que Annabeth no querría hablar con él. Justo estaba a punto de irse cuando la puerta se abrió. Era ella.

Cerró la puerta tras de sí, y avanzó un par de pasos. Sin duda estaba igual de sorprendida y nerviosa que Alan. Tras unos intantes de silencio, Annabeth habló.

- ¡Alan! Oh, madre mía no me lo puedo creer-dijo, mientras se lanzaba a abrazar a Alan, lo cual lo sobresaltó un poco-. ¿Pero cómo...? ¿Cómo es que...?
- Mi madre y yo nos mudamos de Albuquerque hace unos días. Ya sabes, por trabajo y eso.
- ¡Vaya! Pues la verdad es que estuve intentando llamarte, Alan. De hecho, lo hice cientos de veces, pero no te localizaba.
-Ya, es que... Bueno, se me estropeó el móvil días después de la fiesta, y perdí tu número.
- Menos mal, me había imaginado tantas historias... No te imaginas cuanto me alegra verte. Tenemos que quedar algún día de estos.
- Claro, podríamos ir a dar una vuelta, o quizás tomar algo.
- Me parece una fantástica idea.

Tras aquello, Annabeth y Alan salieron por la puerta y se despidieron el uno del otro.

Iba Alan paseando ya por el pasillo de abajo, cuando vio algo en una televisión, de esas pequeñas que hay a veces colgadas en los pasillos de los institutos. Lo que vio lo dejó de piedra. Greenville Road. El lugar que había visto en su sueño tan sólo unas horas antes. "La reciente decisión del gobierno estatal de Maine ha provocado que docenas de manifestantes acudan al cruce de Greenville Road con Doughty Road, con la intención de parar, según dicen en sus gritos y pancartas, una catástrofe ecológica sin precedentes en esta zona. . Cada vez son más los manifestantes que se niegan a dejar libre la carretera,incluso la policía ha venido. Han venido de todos los pueblos de alrededor,Dover-Foxcroft,Guilford,Monson, Greenville...".

- ¡Eh, Alan!-Alan reconoció la voz de Ryan-¡Cuánto tiempo! ¿Te apetece venirte hoy a...?

Pero Alan salía corriendo a tal velocidad que no pudo escuchar el final de la frase. Cruzó por las puertas como una exhalación,casi derribando a un zorro gigante (que esperó que fuera la mascota del equipo del instituto). Estaba increíblemente nervioso, y el pánico le invadía. Tal vez fuera por la infuencia de tantas películas, pero Alan tuvo la sensación de que debía avisar a esa gente, si no... Bueno, tal vez no pasara nada.

Pero entonces recordó el increíble realismo de aquel sueño de la anterior noche, y se lo pensó mejor. Cogió prestada sin permiso una bicicleta que un tipo acababa de dejar apoyada en las escaleras de la entrada, y empezó a pedalear como nunca lo había hecho. No tenía tiempo de pedir a alguien que lo llevara, o de hacer autostop (hay una leve diferencia entre ambos, aunque no lo parezca). Además, a su madre no le había gustado. O al menos no más que lo de robar una bicicleta. ¿Qué mas daba? Ya la devolvería.

Sonrió, al recordar que realmente tenía futuro en el ciclismo profesional. Hasta la fecha, no había conocido a nadie tan rápido como él en bicicleta. Unas de sus pocas, y hasta la fecha inútiles, habilidades innatas.

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Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)