sábado, 11 de diciembre de 2010

GUILFORD (I)



Era el 22 de junio del año 2010. Los más mayores del North High School en Albuquerque celebraban el que sin duda alguna sería el mejor año de sus vidas. Graduarse había sido complicado, pero una vez lo habían logrado la gente empezó a decir adiós, en cierto modo, a una etapa de su vida. Aunque algunos se lo tomaban mejor que otros.

Los más pequeños, a los que aún les faltaban algunos años para terminar el instituto se limitaban a colarse (o a intentar colarse) en la fiesta de los mayores. La madre de Alan decidió que tal vez sería divertido intentar pasar un buen rato con sus compañeros del instituto. Aunque nunca se había llevado demasiado bien con ellos, probablemente sería la última vez que los viese (pues su madre ya estaba planeando la mudanza). Así que se coló con ellos en una de aquellas más que mejorables fiestas.

A la entrada repartían una especie de boleto con un número escrito, y se preguntó para qué serviría. Pocos momentos más tarde descubrió la respuesta: en una tarima había una de esas bolas con un montón de papelitos dentro girando. Bueno, mejor dicho, dos bolas.
Se guardó el papelito en el bolsillo y continuó andando por la fiesta. Su creciente popularidad se hacía más que evidente en la forma en que la gente lo miraba o, simplemente, pasaba de él.

Salió a la terraza y se sentó en un banco frente a la piscina. Vaya una novedad. Ni siquiera, debería estar en aquella fiesta. Aquello no era más que una pérdida de tiempo. Si por lo menos…

- Perdona, ¿puedo sentarme?

Alan reconoció una voz femenina. Se giró, y vio a una hermosa chica, rubia y de ojos verdes, aguardando su respuesta.

- Eh…, claro, claro.

Tras unos interminables segundos de silencio, la chica habló.

- Por cierto, me llamo Annabeth, Annabeth Chase.
- Y yo Alan, Alan Harris.
- Encantada de conocerte, Alan.
- Igualmente.
………………………..

- Y… ¿vienes mucho por aquí?-se atrevió a preguntar Alan-.
- Sólo cuando me apetece ver a una pandilla de niñatos borrachos emborrachándose más aún.
- Vaya, cualquiera diría que te han obligado a venir.
- Más o menos, mis amigas me trajeron y me dejaron colgada. Como soy de fuera, no conozco la zona y prefiero quedarme aquí hasta que vuelvan.

Estuvieron hablando un buen rato. Ambos se sentían muy cómodos haciéndolo (lo cual no era nada normal en Alan), y con frecuencia rompían en carcajadas o descubrían una nueva pasión compartida. Y entonces ocurrió.

- ¡El 219!-gritó una voz-.

¿El 219? ¿De qué le sonaba aquel número? Oh, no. Era el suyo, el que le habían dado a la entrada.

- ¡El 357!-volvió a gritar la voz.

Annabeth sacó un papel de su bolsillo, y en su cara apareció la misma expresión que instantes antes en la de Alan.

- ¡Eh! ¡Los del banco al lado de la piscina! ¡Sí, vosotros, que os he visto! ¡Os ha tocado, venid aquí!

Alan y Annabeth fueron prácticamente arrastrados por la muchedumbre hasta la tarima, donde no tuvieron más remedio que subir.

- Vosotros dos habéis sido los seleccionados. Y os ha tocado… (giró una de las bolas, y tras unos segundos de lo más largo sacó un papelito)… ¡Bailar un vals! ¿Bailar un vals? Vaya un fastidio, ¿a quién se le habrá ocurrido? Menudo rollo. Bueno, es igual, las reglas son las reglas, y no creo que dure demasiado.
- ¿Pero…?-dijeron Annabeth y Alan al unísono.
- No tenéis que agradecérmelo. Aún no. ¡Disfrutad!
- Es que…
- ¡A bailar se ha dicho!
- Oye, Annabeth-dijo Alan susurrándole al oído-. Creo que será mucho más rápido si lo hacemos.
- Entonces… ¿quieres que… bailemos?
- Bueno, pero si tú no quieres, podríamos…
- Me encantaría.

Alan no había estado más nervioso en toda su vida, pero feliz al mismo tiempo. Miró a Annabeth a los ojos. Esos preciosos ojos verdes que lo miraban con una mezcla de inseguridad y confianza a la vez. Tímidamente, Alan puso su mano derecha en la cintura de Annabeth y con la otra cogió la mano derecha de Annabeth, mientras Annabeth apoyaba su mano izquierda en el hombro derecho de Alan. La música comenzó a sonar.

Al principio fue algo embarazoso, aunque poco después ambos, Annabeth y Alan, empezaron a bailar tan bien como si llevaran toda la vida haciéndolo. Tras casi media hora transcurrida demasiado rápidamente, Alan dejo caer suavemente a Annabeth, para luego volverla a subir e inclinarse ante el público.

- Ha sido increíble-dijo Annabeth.
- Sin duda. ¿Dónde has aprendido a bailar tan bien?
- ¿Yo? ¿Y qué me dices de ti? Con lo bien que bailas, no me explico cómo es que las chicas de aquí todavía no han hecho cola para bailar contigo.
- La verdad es que nunca he tenido demasiada suerte en ese aspecto. Lo más parecido a una novia que he tenido ha sido… Rectifico, no he tenido nada parecido a una novia.
- Pues como yo. Pero piensa esto: ellas se lo pierden.
- Además, no está tan mal estar soltero. Muchas veces la amistad es incluso más fuerte que el supuesto “amor”.
- En eso tienes razón.

La noche estaba llegando a su fin, y llegado un momento Annabeth tenía que irse.

- Vaya, Alan, si es súper tarde-miró su móvil-. Y mis amigas me han enviado un mensaje.
- Pues…esto… Podrías darme tu móvil y yo a ti el mío. Ya sabes, por si te apetece que volvamos a vernos algún día.
- ¡Claro! Aquí tienes.

Acto seguido, ambos se intercambiaron los teléfonos móviles y se hicieron una foto juntos. Alan se armó de valor.

- ¡Espera! Annabeth, yo… me alegro mucho de haberte conocido, y… y espero que podamos volver a vernos… pronto.
- Yo también me alegro, Alan-y dejó un dulce beso en la mejilla izquierda de Alan-. Hasta pronto.
- Hasta pronto.

Y se alejó a través de la muchedumbre. Alan se llevó la mano a su mejilla, notando aún la dulzura de aquel beso, un beso que jamás olvidaría.

Pero volviendo al presente, el móvil de Alan se había roto sólo unos días después de la fiesta y jamás pudo volver a contactar con Annabeth. Tan sólo conservaba aquella foto. Qué se le va a hacer-pensó-. Supongo que hay personas a las que les va más estar solas.

Alan suspiró y apagó la luz. Tenía que descansar para su primer día de instituto.

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Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)