sábado, 7 de mayo de 2011

¡¡¡FELICES 109!!!

¡Y ya llevamos ciento nueve! Es menos predecible que un número exacto como cien (y también tiene algo que ver con que no me ha dado tiempo a terminar la historia antes, y quería hacerlo bien y sin prisas), pensad en que el 109 también tiene algo especial: si sumas su primera y su última cifra, te da las dos primeras. ¿A que mola?

Bueno, a lo que íbamos, unos cinco meses y ciento nueve entradas después, he logrado terminar mi primera historia, "Sin título" (se aceptan sugerencias para cambiar el título por otro más específico), cuyo final os pongo a continuación:

"Han pasado casi veinte años desde aquel día. Muchas cosas han cambiado desde entonces aunque, en cierto modo, todo sigue igual que siempre.

Tras la graduación, Jake estuvo todo el verano tratando de encontrar algo que le interesara, hasta que ese algo captó su atención. Resultó que a finales de julio del mismo año se celebraba un concurso de preguntas sobre series para expertos. El premio para el ganador era bastante llamativo, todo hay que decirlo: 50.000 dólares canadienses, nada más y nada menos.

A decir verdad, la cosa estuvo muy reñida, sobre todo con preguntas como "¿Cómo se escribe la palabra "ornitorrinco" en idioma visitante" (de la serie V) o "Describe detalladamente el muro en el que D.Gibbons había escrito todas las predicciones" (Flashforward) o "¿Cuántos personajes de la serie han muerto hasta ahora? (Crónicas Vampíricas), que tanto Jake como su más avispado contrincante contestaron a la perfección. Finalmente, todo lo decidió una pregunta clave: ¿En qué episodio se desvelan más datos acerca de las vidas de los personajes protagonistas de la serie? (El Mentalista). La verdad es que el contrincante de Jake perdió por poco, pero la cuestión es que fue nuestro amigo el que acabó ganando el gran premio.

Pero lo más curioso es que, al ganar el premio, decidió montar una especie de campo de esos de Paintball. "Va a ser el mayor al oeste del Gran Norte Blanco" decía él. Y tenía razón, pues acabó siendo uno de los campos de paintball más famosos de toda Norteamérica, reconocido y prestigioso donde los haya en la actualidad. Al final, había encontrado ese algo, un algo a lo que dedicarse el resto de su vida.

Y lo gracioso fue que uno de sus primeras clientes resultó ser una chica tan extravagante y loca como él. Tanto, que todos estábamos convencidos de que era cuestión de tiempo que se enamoraran. De hecho, tan sólo cinco años y medio después de la graduación, Jake y Norah (que es el nombre de la chica) se casaron en una ceremonia cuyos detalles no revelaré por respeto a ambos (no fue su culpa, pues no estaba previsto que el chico-antorcha entrase tan pronto).

Bueno, la cuestión es que se compraron una de esas viviendas casi en mitad del monte y se instalaron cerca del campo (a unos pocos kilómetros de la ciudad de Vancouver), el cual dirigen desde entonces con un gran éxito. Norah y Jake son la pareja perfecta, no hay duda, pero a veces te da miedo pensar en la clase de ideas que podrían surgir entre dos mentes tan extrañas y desconocidas a nivel antropológico como las suyas. En cualquier caso, ambos son muy felices y los demás lo somos por ello.

Por su parte, Riley se metió a actor y actualmente participa en comedias junto a algunos de los mejores actores y actrices del momento. Incluso ha llegado a grabar películas de acción y aventuras, comedia y algún que otro romance en "Las aventuras del Dr.López", una saga que Riley protagoniza junto a Dan Selling (el primo de Mark Selling, más conocido por ser en su día "Puckerman" en la serie Glee) y Ever Gabo, la hija de Milla Jovovich (de Resident Evil, sin duda la mata-zombis más famosa de la historia). Y todo bajo la dirección de una de las más famosas y reconocidas a nivel internacional directoras de cine: Laura López Zunzunegui (procedente de España), cuya participación en el guión hace de sus películas auténticas obras de arte. En casa, prácticamente nos las sabemos de memoria. Y es que un estudiante de medicina súper-fan de la serie House en busca de reliquias y misterios por todo el mundo y acompañado por sus dos leales e intrépidos amigos... Eso sí que tiene gancho.

A Rachel le costó algo más decidirse sobre su futuro profesional, pero al final acabó decantándose por la pintura artística. Sí, de esas que se encuentran en exposiciones y demás. Se le da muy bien, incluso tiene una tienda en la que ha vendido cientos de sus cuadros, sino miles. Se ve que la idea le vino cuando leyó una especie de blog en Internet sobre pintura (que resultó ser de la madre de la famosa directora de cine que he nombrado anteriormente, la cual era y es aficionada a la pintura) y le pidió consejos. Consejos que le sirvieron para convertirse en una de las pintoras más influyentes del primer tercio del siglo veintiuno. Porque nuestra Rachel lo vale.

Riley le propuso matrimonio a Rachel en medio de una de sus cenas con famosos representantes de la industria del cine, en un restaurante de lujo. Rachel enloqueció al verlo. No es que no quisiera casarse, pero estaba tan contenta que no sabía cómo reaccionar, y al levantarse empujó sin querer a uno de los camareros, que llevaba un bol enorme de tomate para acompañar, para toda la mesa, y que fue a parar justo a la cabeza del más importante de los representantes, al que había costado horrores convencer para que Rachel pudiera ir a la cena. La escena fue tan graciosa que hasta él se rió, e incluso llegaron a hacer una película, una comedia romántica titulada "Zafarrancho de tomate" (2020), que alcanzó un éxito abrumador (de hecho, se convirtió en una de las películas más exitosas de la historia). Increíble, ¿verdad?

La cuestión es que Rachel aceptó, y se casaron meses después en un bonito y recóndito hostal en medio de las Rocosas Canadienses. Lo curioso era que a Riley le hacía ilusión que ambos fuesen en caballo hasta el altar, cosa que acabaron haciendo. La boda en general estuvo muy bien,muy divertida y entretenida. Pero hubo algo que sobraba. A ver si lo recuerdo... Ah, sí, fue el momento en que a uno de los caballos se le fue la olla y le dio tal coz a Riley que lo envió a la otra punta de la montaña, por cuya ladera rodó hasta caer en el lago y cubrirse de, básicamente barro y, bueno... defecaciones animales.

Aún después de todo aquello, ambos pudieron proseguir con la boda (pues resultó que Riley salió milagrosamente ileso, aunque a partir de entonces ya no le gustaran tanto los caballos) y, aunque las últimas fotos de la boda no salieron tan impecables como las primeras, ambos estaban radiantes. Fue sin dudarlo, una boda que jamás olvidaríamos.

Respecto a Remy y yo, ambos pasamos el verano de vacaciones en Vancouver: playa, esquí acuático (¡sí, en serio!), esquí de montaña y un romántico picnic en el famoso e idílico Stanley Park, entre otras muchas cosas. Fue un verano genial.

Con la llegada del otoño llegó la despedida temporal, o al menos eso pensaba en un principio. Remy se marcharía a estudiar la carrera de Medicina a la Universidad de Toronto, la mayor del país. Yo quería estudiar Física en el Instituto de Astrofísica Teórica, también en Toronto, aunque pensaba que no entraría por la nota de corte (¿desde cuándo hay tanta gente queriendo ser físico?). Pero menuda fue la sorpresa de que, en el último momento, uno de los estudiantes admitidos cambió de idea y yo pude entrar.

Aunque, aún así, la dificultad de nuestras carreras y el hecho de que estuviésemos en lados opuestos de la universidad impedía que nos viéramos demasiado. Sin embargo, aquello no evitó que la universidad entera decidiera proclamarnos al final del primer año "la pareja modelo". Nosotros nos reíamos con ello.

Ambos encontramos duras nuestras carreras, pero en unos años logramos terminarlas. Y, aunque Remy no estaba demasiado segura de qué hacer a continuación, la decisión que tomó la convirtió, años más tarde, en una gran médico,famosa en la ciudad, y con sólo treinta años. Hoy, tiene una clínica en la zona centro de Vancouver (donde nos alquilamos un piso tras acabar la universidad) y en ella ayuda y cura a docenas de pacientes todas las semanas. Le ofrecieron un puesto en un hospital, con el doble de sueldo y un horario mejor, pero prefirió rechazarlo, pues según dice, los hospitales le agobian.

En lo que respecta a mí, en cuanto terminé la carrera de Física hice varios trabajos de investigación y me especialicé en la astrofísica de partículas, e incluso conseguí un puesto de ayudante en un laboratorio, casi clandestino, algo más lejos del centro. En un determinado momento, mi jefe me recomendó que abriera mi propio departamento, pues ya estaba, según él, preparado para realizar las investigaciones en solitario. Acepté, aunque seguí pidiéndole ayuda en muchos aspectos.

Sin embargo, al contrario que a Remy (a quien le encantaba y le encanta leer), yo no conseguía encontrar un hobby así. Al menos hasta que encontré ese blog en Internet, "Aquí Ágora", y uno de sus blogs enlazados, "Historias de un wildcat". Me quedé de piedra al averiguar que ambos eran de parientes de la directora de cine que ya he nombrado en repetidas ocasiones (del padre y el hermano mayor, respectivamente) Caray, menuda familia. Y hay algo que me dio incluso miedo: había una historia que relataba una muy parecida a la que Remy y yo (además de Riley, Rachel y Jake) habíamos vivido,titulada "Sin título" y me entraron ciertos escalofríos. Pero por otro lado pensé: somos tantos en este mundo, que alguna pareja tendrá que haber a la que haya pasado algo parecido a lo nuestro, ¿no? Al menos eso espero, por el bien de la continuidad temporal.

Esperad un momento, hay algo que todavía no os he contado. Cómo nos comprometimos Remy y yo. Bien, fue en la universidad. Un día cualquiera, la llamé para que viniera a mi clase, donde estábamos haciendo ciertos experimentos peligrosamente inflamables. Así que le di allí la sorpresa, con estudiantes vitoreándonos desde las ventanas, los pasillos,en el mismo laboratorio... Ella me dijo que sí, tras lo cual, y entre gritos y aplausos, nos abrazamos y nos dimos uno de esos besos de película. Pero me emocioné tanto, que me acerqué demasiado a uno de nuestros experimentos, y después... Bueno, digamos que os hacéis una idea, ¿no? (Tranquilos, no hubo heridos).

Por cierto, en cuanto a Willow, la hermana pequeña de Remy, terminó el colegio, el instituto y se licenció en Ciencias Medioambientales hace unos cinco años. Ahora se encuentra en Australia, ayudando a un equipo de investigación y de protección del medio-ambiente,donde al parecer conoció a un neoyorquino simpatiquísimo y... Bueno, y ahora están saliendo, creo. Y por cómo van las cosas, yo diría que se quieren de verdad.

Remy y yo nos casamos el 24 de octubre de 2017, en una playa de esas apartadas de la civilización, lejos de cualquier ciudad. Era un día nublado. Ella llevaba un precioso vestido blanco y, aunque yo no me veía tan bien, ella decía que mi traje me hacía muy atractivo.

Jake, Riley y Rachel se encargaron del espectáculo (su "We are the champions" será, sin duda, recordado a lo largo de muchas generaciones, casi tanto como el "Thriller" de Norah). Mejor no preguntéis por este último. Rachel fue la dama de honor, igual que Remy lo había sido en la suya y en la de Jake y Norah (quien parecía estar en un concierto de Lady Gaga en vez de una boda), a petición de Rachel, pues por aquel entonces ella no se veía preparada aún para serlo.

Nos casamos descalzos y a pocos metros de la orilla. En cuanto nos hubieron casado, nos besamos con fuerza, pero al parecer se nos fue algo la mano.

- Eh, chicos, ¿podríais parar un momentito? Es que es para...
- Oh, sí, claro. Perdona-dijimos los dos.

El fotógrafo nos hizo la foto (¿A que no os lo esperabais?) de casados, y nosotros nos dispusimos a bailar nuestra canción: "You're still the one". Ambos habíamos estado yendo a clases de baile, así que nos salió todavía mejor que en el baile de fin de curso del instituto. Fue tan mágico...

No podía sentirme más feliz, en serio. Estaba allí, con la gente que más amaba: mis mejores amigos, mi familia y la mujer de la que estaba perdidamente enamorado. Y tenía toda una vida por delante para disfrutarla con todos ellos a mi lado.

Así que nos casamos y, tras una breve aunque perfecta luna de miel por Europa, ambos volvimos a Vancouver, donde reunimos el dinero suficiente para comprarnos una casa a las afueras de la ciudad bastante más grande que el piso en el que habíamos estado viviendo tras los estudios.

Remy y yo nos establecimos y, a los pocos años, ella se quedó embarazada. Y, bueno, supongo que el resto ya lo sabréis.

Y esa, chicos, es la increíble aunque verídica historia de cómo me correspondió vuestra madre. ¿Chicos?

- Lo suponía, se han dormido. ¿Crees que lo he hecho demasiado largo, Remy? Porque si es así, podría modificarlo.
- No, cariño, no hace ninguna falta. Es viernes,Sam, y los niños estaban cansados. Pero tu historia es perfecta. En mi opinión, deberías mandarla.

Mientras escribo esto, sonrío y miro hacia donde se encuentran mi mujer, y nuestros dos hijos (Neil,de seis años y Cobie, de ocho). Sin duda, han heredado la belleza de su madre.

- Y la inteligencia, no te olvides de la inteligencia. Puestos a elogiarme...

Ambos reímos, y la miro. Han pasado unos veinte años desde que supe que ella también me amaba. Unos veinte años enamorados el uno del otro. Y, lejos de disminuir, aquel sentimiento aumenta a cada día.

Vuelve a tumbarse, apoyando la cabeza en la almohada entre los niños. Un pequeño rayo de sol ilumina su bello rostro. En la pared encima de ella, distingo una foto, y a sus ocupantes a la perfección. Cinco chavales recién graduados que comienzan a vivir, vestidos con unas togas de lo más ridículas, y sonrientes como si todo problema en el mundo hubiera desaparecido. Veinte años y, en cierto modo, aún seguimos siendo esos chavales.

Justo al lado,se encuentra una foto echa en una de las últimas celebraciones de Acción de Gracias, en el salón de nuestra casa: Jake, Norah, una Rachel embarazada de dos mellizos que nacerían tan sólo unos días después (una niña,Sarah, y un niño, Jacob), Riley (más conocido ahora como el Dr. López), Remy con Cobie en brazos y yo con Neil, y Willow trinchando el pavo. Y todos igual de sonrientes que en la anterior foto.

Sonrío una vez más. Dejo esos garabatos que pretendo convertir algún día en libro en el escritorio de la habitación. Vuelvo a la cama, y despacio para no despertar a nadie busco un hueco en ella.

Beso suavemente en la frente a mis dos hijos. Remy me mira con los ojos entreabiertos, sonriendo y me dice:

- Eh, ¿y yo qué?

Ambos sonreímos, acercamos nuestras caras y nos besamos dulcemente, felices como nunca por estar así. Nos acurrucamos el uno junto al otro, y entre Cobie y Neil. Nos damos de nuevo un beso y nos tumbamos todos juntos, abrazados. Y es que no hay nada como el amor.



FIN

"

¿Os ha gustado? Espero que sí, porque es mi primera historia relativamente larga y estoy ilusionado con ella.

Imagino que la cada vez más peligrosa proximidad de mis exámenes universitarios me impedirá escribir demasiado, pero he de anunciaros que en cuanto pueda, empezaré dos nuevas historias: "Yellowstone" y "Poderes".

Os pongo aquí también la que yo considero mi primera historia, predecesora de todas las demás, y que me ayudó a envalentonarme lo suficiente como para crear un blog, y poner en él todos mis escritos. Se trata de "Enamorados". Es una historia muy corta, así que no os haré un resumen del argumento: os la pondré directamente. Y, como siempre, espero que os guste.¡Allá va!


ENAMORADOS


- Annabeth Chase, ¿quieres a este hombre como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe?
- Sí, quiero.

Era maravilloso. Alan se sentía, sin temor a equivocarse, el hombre más afortunado del mundo. Iba a casarse con la mujer de sus sueños, y a compartir con ella toda una vida de amor y felicidad.

- Y tú, Alan Harris, ¿quieres a esta mujer como tu legítima esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe?

Alan miró a Annabeth. Estaba preciosa, vestida de blanco. Sus hermosos ojos verdes lo miraban, mientras una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro, trasmitiéndole sin duda lo mismo que él sentía: un amor tan intenso y poderoso como la luz que emana de una estrella, infinito como el mismo universo. Fue entonces cuando Alan empezó a recordar el principio de todo aquello, como había comenzado, años atrás.

La lluvia caía con fuerza sobre la pequeña localidad de Guilford (Maine). Estaba amaneciendo. Alan Harris, cansado y desesperado, corría hacia el instituto a toda velocidad. Sabía que llegaba tarde, y encima el primer día de clase. Si no fuera por el despertador, ese maldito despertador… Bueno, es igual, la verdad es que tampoco tenía demasiadas ganas de ir al instituto.

No es que lo pasara mal, simplemente estaba acostumbrado a estar poco tiempo en cada lugar; sus padres se solían mudar cada pocos meses a causa del trabajo. Así que apenas le daba tiempo a hacer amigos, y si los hacía, los perdía por falta de contacto. Y el Instituto Guilford no iba a ser diferente de los demás. O al menos eso pensaba.

Cuando llegó y se hubo asegurado unas pocas docenas de veces de que aquella era su clase, llamó y entró.

- Enhorabuena, señor Harris, veo que ha conseguido llegar sano y salvo… aunque tarde-dijo el profesor, sarcásticamente-. Dado que es su primer día, consideraré esta falta como nula. Siéntese.
- ¿Y dónde puedo…?
- En una silla, preferiblemente.

Unas pequeñas risillas se oyeron en la clase. Buscó rápidamente un sitio donde poder sentarse, y lo encontró junto a la ventana, al lado de una chica. Se sentó al lado de ella. Era rubia y de ojos verdes, y llevaba un gorro de lana. Tras haber acabado el profesor de hablar, la chica se presentó.

- Hola, me llamo Annabeth.
- Y yo Alan.
- Encantada de conocerte, Alan.

Durante unos segundos, ambos se quedaron, sin saber por qué, mirándose el uno al otro sin hablar, como hipnotizados.

- Señorita Chase -intervino de nuevo el profesor-. Cuento con usted para que ayude al señor Harris a integrarse en el instituto.
- Lo haré, no se preocupe.

A la hora de la comida, Alan siguió a Annabeth hasta el exterior, donde muchos alumnos se habían apalancado ya para comer.

- Podríamos comer también dentro, aunque la mayoría preferimos comer aquí fuera -dijo Annabeth-. Resulta más agradable. Sobre todo en cierto lugar que sólo yo conozco.
- Y podría… ¿acompañarte?
- Claro, siempre y cuando me prometas que no se lo revelarás a nadie.
- Lo prometo.

Annabeth condujo a Alan a través de un pequeño sendero a pocos metros del edificio. Al acabarlo, llegaron a una especie de cueva, pero cuyas paredes eran troncos de árboles y cuyo tejado eran plantas.

- Es precioso -comentó Alan_.
- Lo sé. Por eso vengo aquí en la hora del descanso, siempre que puedo. Mira, allí delante podemos parar a comer.

Habiendo acabado la comida, Alan empezó a hablar con Annabeth. Y lo más sorprendente para Alan fue que, al contrario que con casi todas las demás personas, hablar con Annabeth era mucho más fácil. Ella le inspiraba confianza y seguridad. Fue entonces cuando Alan se dio cuenta de la gran cantidad de cosas que tenían en común: gustos, aficiones…

- Madre mía, si son las cinco -dijo Annabeth-. No sabía que era tan tarde. Sí que nos ha pasado rápido el tiempo. Tendría que estar ya en casa.
- Vale, pues… Bueno, hasta mañana.
- Hasta mañana. Ah, por cierto, Alan…
- ¿Si?
- Me ha gustado hablar contigo.

Alan se sentía más que eufórico. No podía creer que en su primer día de clase hubiera logrado hacer una amiga. Y, por primera vez desde hace bastante tiempo, Alan deseó que llegase el siguiente día de instituto, para poder volver a verla. Así que al día siguiente, Alan se levantó bien pronto y esperó a Annabeth en la entrada del instituto.
Cuando llegó fue a su encuentro, mientras ella le saludaba con la mano y una sonrisa.

- Vaya, sí que has llegado pronto. Veo que te has tomado la norma de la puntualidad muy en serio.
- Todo es cuestión de empeño, incluso yo puedo hacerlo.

Annabeth rió. Al día siguiente, un sábado por la mañana, Alan y Annabeth fueron al rincón secreto que ésta le había enseñado. Estaba nublado, y hacía frío. Ambos llevaban un abrigo puesto, y Annabeth el mismo gorro de lana que el día en que la conoció. Se anunciaba una tormenta. Tumbados allí, en la hierba, comenzaron a hablar.

- ¿Sabes, Alan? Cuando era pequeña, solía venir todas las tardes aquí. Me gustaba tumbarme en el suelo, cerrar los ojos e imaginarme historias con los sonidos que escuchaba.

Alan se encontraba desesperado. En los últimos días, se había dado cuenta de que no podía dejar de pensar en Annabeth. Deseaba siempre estar con ella el mayor tiempo posible, y lo fascinaba todo en ella: su sonrisa, su voz, su rostro, su personalidad… ¿Se habría enamorado de ella? No, aquello era imposible, la conocía sólo desde hacía unos días. Pero entonces, ¿qué era aquello tan intenso que sentía por ella?

- ¿Annabeth?
- ¿Sí?
- ¿Podría hacerte una pregunta?
- Claro.
- ¿Alguna vez has ocultado tus sentimientos a alguien por…-Alan tragó saliva- por no saber cuál será su reacción, por si se enfada contigo?
- Alguna vez, ¿por?
- Nada, sólo era curiosidad.

“Sólo curiosidad”… Desde luego, con palabras como aquellas, Alan tardaría años en confesar a Annabeth lo que sentía por ella. De pronto, por su mente cruzó una fantástica idea: cogería unas cuantas flores, y haría con éstas un ramo para Annabeth. Lo había leído en las novelas románticas, aquello nunca fallaba.

Cuando había reunido ya las suficientes, Alan hizo el ramo y volvió.

- Annabeth, mira lo que he encontrado.

Annabeth se levantó. Al fijarse en el ramo, quedó sorprendida. Aquella era, sin duda, una situación inesperada. Su único y mejor amigo había hecho un ramo de flores para ella, señal inequívoca de que ella le gustaba. Pero aquello era demasiado imprevisto. ¿Cómo saber si, en el fondo, a ella también le gustaba él? Sonrió amablemente, disimulando.

- Vaya, Alan- dijo Annabeth, con un cierto tono de sorpresa_. Es precioso.
- ¿A que sí? Lo he hecho para ti. Toma.
- ¿En serio? Vaya, no sé qué decir…
- Podrías cogerlo.
- Sí, sería una buena idea.

Annabeth fue a coger el ramo. Mientras lo hacía, su mente seguía en una fatal encrucijada. No sabía qué hacer. Por un lado, no quería estropear su amistad con Alan, el único amigo que había tenido en toda su vida, pero por otro… De pronto, le vino al pensamiento la imagen del chico de sus sueños, al que tanto tiempo había estado buscando. Annabeth había esperado mucho tiempo, y tal vez aquello, en cierto modo, la había cegado emocionalmente. Pensó en Alan, y en todos los momentos que había pasado con él, y se dio cuenta de algo: habían sido los más felices de su vida. ¿Cómo podía no haberlo visto antes? Alan era, para ella, el chico perfecto: era simpático, divertido…, y siempre estaría allí, dispuesto a ayudarla, dispuesto a quererla. Definitivamente, Annabeth estaba enamorada de Alan.

- Hmmm…-dijo Annabeth al cogerlo-. Qué bien huele. Esto es maravilloso, Alan, es genial, es… ¡una abeja!

Annabeth soltó el ramo, y Alan fue ayudarla, consciente de su metedura de pata. Pero, al intentarlo, tropezó y cayó de espaldas contra el suelo. Annabeth fue a ayudarle.

- ¿Alan, estás bien?- preguntó Annabeth, angustiada-.
- Sí, no te preocupes. La hierba ha amortiguado mi caída.
- Deja que te ayude a levantarte.

Pero Annabeth no pudo evitar resbalar en la hierba, que estaba mojada por el rocío de la mañana, y cayó sobre Alan. Ambos quedaron mirándose el uno al otro, en silencio, sin decir nada. Porque no les hacían falta palabras para entenderse. Bastó una mirada del otro para que cada uno confirmara, por su cuenta, que ambos sentían lo mismo. Los dos acercaron sus caras.

Tímida, aunque decididamente, Alan y Annabeth se besaron, deseando ambos que aquel momento no terminara nunca, que aquel beso fuera eterno, que nunca tuvieran que separarse el uno del otro.

- ¿Alan?
- Sí, claro que quiero.
- Entonces, os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia.

No hubo terminado el cura la frase, Alan y Annabeth ya se estaban besando. Alan cogió a Annabeth en volandas y la llevó por todo el pasillo de la iglesia. Al llegar a su final, la soltó y ambos salieron corriendo, riendo, felices. Felices por todo lo que habían vivido juntos, y por todo lo que les quedaba por vivir. Felices por sentirse así, tan maravillosamente. Enamorados.



Y, por último pero no menos importante, os dejo con la que sin duda es mi canción favorita (de High School Musical, cómo no). Os dejo con "Can I have this dance" (¡las dos versiones!).






2 comentarios:

  1. ¡Qué ilusión! Aquí Ágora forma parte de una historia. Muchas gracias. Enhorabuena por todas las entradas, por finalizar la primera historia y por todas las que tienes en la cabeza.
    Por cierto ¿para cuándo alguna entrada sobre el apasionante mundo de la física?

    ResponderEliminar
  2. es genial esta historia, GENIAL. Sobretodo lo de cierta directora al final... jajaja MUCHÍSIMAS GRACIAS EN SERIOOOOOOO!!! eres el mejor ehrmano del mundoooo!!!!!! me empece a leer ya la de diario de un sueprviviente, tengo q seguirla!! :P
    y la historia me encanta en seiro, comos e van desarrollando las ideas, q jake aparezca de repente y le encante el paintball, q riley y Rachel esten enamorados... me encanta, en serio, enhorabuena por tu primera histoira!! :D

    ResponderEliminar

Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)