martes, 24 de septiembre de 2013

Diario de un superviviente español (V)

Jueves, 1 de mayo de 2014

Era lunes, 11 de marzo de 2013. Un día como otro cualquiera.

Me desperté con su olor todavía impregnando las sábanas, aunque ella ya se había levantado. Me desperecé y me levanté de la cama. Fui al cuarto de baño para lavarme la cara y luego al comedor, donde la encontré sentada a la mesa, desayunando.
  • Buenos días, cariño-me dijo mientras la besaba-. ¿Has dormido bien? Me pareció que tenías una pesadilla anoche.
  • Oh, no. Es que...Bueno, estoy nervioso. Sé que lo he hecho muchas veces, pero me sigue resultando igual de difícil que siempre.
  • Lo entiendo. De verdad que iría contigo, Marcos. Sabes que iría, si encontrara alguna manera de...
  • Tienes la entrevista de trabajo, Alba. Es la oportunidad de tu vida y si la echaras a perder por mi culpa, jamás me lo perdonaría.
  • Eres el mejor novio del mundo-me dijo, sonriendo-.
  • Lo sé, lo pone en aquel regalo que me trajiste de Florencia, ¿recuerdas?
  • Cierto.
Dicho esto nos despedimos. Ella se fue a la entrevista y yo me preparé para ir a ver a mis padres y a mi hermano pequeño.
  • Ya te vale, tío-me dijo una voz masculina, justo cuando iba a salir por la puerta del apartamento-.
Era Sergio, mi mejor amigo. Lo conocí poco después que a Alba, en mi primer año en la universidad.
  • ¿De qué hablas?
  • Te despides de ella y no de mí. ¿Acaso hace falta que me acueste contigo para ello?
  • No, Sergio. No hace ninguna falta que te acuestes conmigo.
  • Bueno es saberlo. ¿Y adónde vas?
  • Sergio...-dije, señalando el calendario con la cabeza-.
  • Oh, vaya. Vale, lo siento. ¿Quieres que...?
  • No, tranquilo. No hace ninguna falta. Aunque he quedado con Alba para comer en el bar de la esquina, así que si te apetece podrías venir.
  • De acuerdo, me apunto.
  • Entonces nos vemos luego.
  • Hasta luego.
Un minuto después salía por el portal en dirección a la calle. Saludé al señor Pérez y a Raquel, la chica que llevaba el quiosco más cercano.
  • Buenos días, señor Pérez-le dije-.
  • Buenos días, Marcos-me respondió, alejándose con el periódico y el suplemento que acababa de comprar-. Qué, ¿todo bien?
  • Todo bien, gracias. ¿Y usted?
  • Bueno...Aquí sigo.
El señor Pérez era un hombre, viudo y de ochenta y pocos años, mi vecino más cercano en los cinco años que llevaba viviendo allí junto con Alba y Sergio.
  • Buenos días, Marcos-me dijo la chica, sonriendo-.
  • Buenos días, Raquel. ¿que tal todo?
  • Bueno, no hay muchas novedades desde que me lo preguntaste ayer-dijo, dándome como siempre el periódico del día-. 
Raquel era una chica unos años menor que yo con la carrera universitaria ya terminada. Sus padres murieron repentinamente hace años, tal y como habían hecho los míos. La familia de su madre era dueña de ese quiosco (uno de los más antiguos de Madrid) y tras aquel fatídico accidente ella tuvo que hacerse cargo de él. Su sueño era abrir una gran librería, de esas con cafetería incluída, así como talleres y actividades literarias.
  • Ya verás, seguro que te tocará la lotería algún día de estos. Y seré el primero en verte montar esa librería.
  • Gracias por el apoyo, Marcos-dijo, sonriendo-. Por cierto, he pensado...He pensado que podría acompañarte, podría cerrar el quiosco unas horas, sólo por un día...
  • No es necesario, Raquel. De verdad.
  • Es que como he oído que Alba no podía, he creído que...
  • Verás, en realidad, aunque Alba no lo sabe...prefiero ir solo. No te lo tomes a mal.
  • Por supuesto que no. Pero espero que sepas que, bueno, para lo que sea...Aquí me tienes...¿vale?
  • Lo sé, Raquel. Créeme, lo sé desde hace tiempo.
Al principio, nada más conocerla, Alba pensó que Raquel estaba colada por mí. Incluso yo llegué a pensarlo por un tiempo. Pero resultó que ella no había tenido mucha suerte con la amistad y al conocerme y saber lo de mis padres, sintió que podía abrirse a alguien...y así es como nació esa gran amistad.

Me despedí de ella con un fuerte abrazo y me dirigí a la parada de autobús más cercana. Tardaría como tres veces más que cogiendo el metro, pero por aquel entonces y desde hacía ya unos años le tenía fobia. No había vuelto a pisar una estación de metro desde aquel día.

Por el camino leí algunos de los titulares, la mayoría de ellos recalcando lo poco que le quedaban a los servicios públicos y, por supuesto, la sección de deportes con veinte páginas de fútbol y dos o tres de algunos otros deportes como la Fórmula Uno, para cuyo inicio faltaban pocos días.

Pero hubo una noticia en particular que me llamó la atención. Al parecer, habían detenido a un científico por experimentar con material genético en uno de los laboratorios de la Universidad de Los Ángeles, en Estados Unidos. La doctora Amanda Pierson, reconocida epidemióloga...

Pero no me dio tiempo a seguir leyendo, pues el autobús se había detenido y tenía que bajarme ya. Lo hice y anduve con paso firme algunos metros hasta que llegué a la entrada. Preparado, o al menos eso pensaba, para hacerlo una vez más. Hablar con mis padres y mi hermano pequeño, ambos fallecidos años atrás en una de las peores tragedias de nuestra historia.

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Soy el número cuatro

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Me encanta esta peli :)