Martes, 29 de
abril de 2014
“Mi nombre es Marcos García Sotillo. Me encuentro guarecido en
unos edificios situados en la entrada de la ciudad de Valencia,
cercanos a la antigua estación de metro “Empalme”. Por favor, si
estás escuchando esto respóndeme. No estás solo”.
Repito el mismo mensaje todos los días, a las doce en punto de la
mañana durante algunos minutos con la esperanza de que alguien
conteste. Llevo meses haciéndolo y hasta hoy, sigo sin recibir
respuesta alguna. ¿Significará esto que estoy solo? Y si fuera así,
¿hasta qué punto?
Habría que tener en cuenta que las señales de radio tienen un
cierto límite en alcance, aunque no lo conozco con exactitud.
Llevo meses aquí encerrado y lo más probable es que sea el único
superviviente en varios kilómetros a la redonda. Si hubiera
alguien más, creo que nos habríamos encontrado hace ya tiempo.
Hoy, aunque no tenía demasiadas ganas, he salido a por algunas
provisiones. Algo de comida (la cual es cada vez más escasa y menos
comestible, pues la mayoría está ya caducada) y de agua. Incluso he
decidido pasarme por una librería más o menos cercana para llevarme
algunos libros.
Y a vuestra siguiente pregunta os responderé que no. No me da ningún
miedo aventurarme más allá de unos metros de distancia de mi
actual hogar. El entretenimiento, las distracciones en general son lo
único que me separan del escaso deseo de vivir. Sin contar a Klaus,
por supuesto. Esa bola peluda que ahora mismo ronronea sobre mi
regazo es en realidad la única razón por la que no me rindo. La
única razón por la que aún no he subido a la azotea de este
edificio y he saltado desde ella. La razón de que, en medio de mi
situación actual y tras más de tres meses sin contactar con nadie,
todavía conserve algo de esperanza.
Durante el camino, aunque lógicamente intento evitarlo he pasado
cerca de algunos de esos monstruos. Quizás demasiado cerca. Y no he
podido evitar fijarme en uno de ellos de manera particular.
Era un niño. No pasaría de los cinco años. Compartía un cadáver
de lo que parecía una mujer junto con unos cuantos de los suyos.
Aunque a estas alturas estoy muy acostumbrado a ellos, no he podido
evitar una sensación de inquietud al contemplar su vacía mirada. Se
ha girado hacia mí y me ha observado fijamente durante unos
instantes, con ojos fríos y oscuros. Al contrario de lo que pudiera
parecer, los zombies no son tontos y como ya tenía comida en ese
momento ni se ha molestado en prestarme más atención. Ha vuelto sin
más a su aperitivo matutino, ignorando mi presencia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario