Sábado, 3 de mayo de 2014
Querido diario:
Hoy he estado hojeando algunos de los álbumes de fotos. Es lo primero que salvé cuando tuvimos que abandonar nuestro hogar en Madrid.
Los viajes al pasado pueden ser muy peligrosos, sobre todo para alguien con una personalidad tan melancólica como la mía. Por eso, me tengo prohibido acercarme a ellos más de una vez a la semana.
Pasaba las páginas de uno de ellos con delicadeza, para no estropearlo. Había fotos desde poco después de que aquella familia me acogiera en su casa, hasta poco antes del incidente de Madrid.
Sonreí, recordando una foto en la segunda página. Se trataba del noveno cumpleaños de Marina, la hija del matrimonio que me “adoptó”, sólo un par de meses después de que llegara yo. En la foto salía ella soplando las velas, su padre y su madre detrás sonriendo y yo a un lado.
Todavía hoy me resulta increíble cuando lo pienso. Ocho años. Tenían una hija de ocho años y aceptaron que un desconocido se quedase con ellos de manera indefinida. Jamás podría compensarles lo que hicieron por mí, ni agradecérselo lo suficiente. Y probablemente nunca lo haga.
Fui a buscarlos en el día del incidente, pero su casa estaba vacía. No conseguí encontrarlos. Quizás si me hubiera esforzado más... Pero tenía que aceptarlo. En el fondo, sabía desde hacía meses que ambos habrían acabado como el resto de la población de la ciudad, del país, del mundo... Muertos. Vagando eternamente de un lugar a otro en busca de algo de carne para satisfacer esa desesperada necesidad.
Igual que Marina. Ella...No estaba en Madrid cuando el incidente, sino de viaje en Vancouver, tras cogerse una especie de año sabático antes de empezar la universidad.
Nunca supe nada de ella. Y pensé mucho en ir a buscarla, era como una hermana para mí. Mi mejor amiga. Pero Alba terminó convenciéndome de que, por mucho que nos importara Marina a los dos...Estaba a miles de kilómetros, prácticamente en la otra punta del mundo y habría sido una locura hacerlo.
Claro que ahora Alba ya no está y yo...Yo me estoy volviendo loco. No sé, tal vez algún día, cuando me haya cansado de todo esto...
- Miau...-me interrumpe Klaus-.
- Vaya, Klaus, lo siento-digo al tiempo que recuerdo que se me ha olvidado ponerle comida-.
Volví durante unos minutos más al álbum, hasta encontrarme con aquella foto. Mi favorita, sin duda alguna.
Nuestro primer beso. Curiosamente, Alejandro inmortalizó aquel momento. Me había estado siguiendo toda la noche para asegurarse de que la cita iba bien. Y tanto que lo fue. El instante en el que supe que ella sentía lo mismo, fue posiblemente...El más feliz de mi vida.
Meto a Klaus en su pequeña jaula-cama y apago las velas sobre el escritorio. Me dejo caer sobre el colchón en el que llevo durmiendo desde hace meses y trato de conciliar el sueño, lo que consigo en pocos minutos.
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