viernes, 21 de diciembre de 2012

Falkenhom (IX)

Oí el timbre, y a mi madre abriendo la puerta.

- Hola, señora Lovgren.
- Hola, Marley. ¿Va todo bien?
- Sí, todo bien, gracias. ¿Está Sam en su cuarto?
- Sí, adelante.

Oí a mi madre alejándose del recibidor y a Marley dirigiéndose hacia mi habitación. Me sorprendió que llegara tan temprano.

- ¡Hola, Sam!-dijo casi gritando-.
- Hola, Marley, ¿cómo es que has podido salir tan pronto, y por qué vienes tan contenta?
- ¿Recuerdas la chica de la que te hablé, la que iba a trabajar conmigo en el bar?
- Sí, claro. ¿Qué tal es, es maja?
- Si tú supieras... Se ha encargado del bar ella solita, es por ella que he podido venir.
- ¿Y no tienes miedo de que se esté cargando algo ahora mismo?
- No, claro que no. No la habría dejado sola si no pensara que puede hacerse cargo de todo.

Hubo unos segundos de silencio.

- ¿Y sabes qué? Creo que haríais una buena pareja.
- Pero qué dices, Marley, si apenas habrás hablado con ella más de un par de horas.
- Lo sé, pero no ha hecho falta tanto. Si vieras la expresión con que ha mirado la foto tuya que le enseñado...
- ¿Estás segura?
- Claro. De hecho, le he dicho que os presentaría el uno al otro mañana. Comeremos los tres en el bar.
- Caray, sí que lo tienes todo bien organizado. Aún así, Marley... No estoy seguro de ir. Me pongo muy nervioso...
- ¿Ligando?
- Hablando con... chicas.
- ¿Y yo qué soy, un rinoceronte?
- Sabes a qué me refiero, Marley. Contigo es distinto, bueno, todo es distinto. Nos criamos juntos, eres como mi hermana.
- Lo sé, Sam. Sólo te tomaba el pelo.

Ambos reímos.

- Entonces...¿irás?-me preguntó-.
- ¿Estás segura de que podría gustarle?
- Para estar un poco más segura, sólo me faltaría el regalo de boda.

Así que acepté. Marley me contó más sobre aquella chica. Era más o menos de su altura, rubia y con el pelo largo, ojos de una mezcla extraña entre marrón y verde. La describía como bastante tímida, aunque con  pinta de ser muy simpática. En conclusión, mi tipo ideal.
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Soñé de nuevo con mis días tras lo de Seattle. Luchando a brazo partido contra mí misma, intentando contener mi insaciable sed de sangre. Estaba tan metida en el sueño, que no me di cuenta de aquel rayo de sol incidiendo sobre mi mano derecha. En el momento en que comenzó a arder, me levanté de un salto.

Mi mano estaba envuelta en fuego. Una de las no pocas desventajas de ser un vampiro: cualquiera de nosotros expuesto a la luz solar,se desintegra en menos de medio minuto.

Corrí hacia el cuarto de baño y metí la mano bajo el grifo del lavabo.

- ¡Joder! Cómo duele...-murmuré-.

Y es que no exageraba, pues aunque ya había apagado el fuego mi mano se encontraba como si la hubiese dejado un buen rato bañada en agua hirviendo. Justo en aquel momento, alguien llamó a la puerta.

- ¿Kyla?

Era la voz de Marley.

- ¿Sí?-pregunté-.
- ¿Puedo pasar?
- Sí-dije, escondiendo mi mano en un bolsillo del pantalón-. Sí, claro. Pasa.
- ¿Recuerdas al chico del que te hablé?
- Esto..., sí, Sam, ¿no?
- ¡Exacto! Pues lo he traído para presentaros. Está abajo, si te apetece. Incluso he preparado algo de comida.
- Oh, vaya. Veo que lo tienes todo bien atado. Si me dejas un segundo para cambiarme...
- Dios mío-cometí el error de sacar la mano de bolsillo, y Marley la vio-. ¿Qué te ha pasado en la mano? ¿Estás bien?
- Sí, claro. Ha sido...-improvisé-... un pequeño accidente, con el agua caliente de la ducha. Nada importante.
- Bueno, si tú lo dices... Te espero abajo entonces. Pero recuerda, si necesitas cualquier clase de ayuda no dudes en decírmelo.
- No te preocupes, lo haré.

Me puse lo primero que encontré: unos vaqueros y una camiseta azul. Ya que en el espejo no podía ver mi reflejo, procuré ordenarme un poco mi rebelde pelo rubio. Justo antes de salir por la puerta, me reí pensando en lo sospechosamente parecida que era aquella situación comparándose con una de esas en las que una adolescente tímida e insegura se prepara para una cita.

Bajé las escaleras, y los primeros instantes tras ver al chico fueron indescriptibles. Según me iba acercando, notaba una extraña sensación en mi pecho, a la altura de mi corazón, lo cual era bastante extraño teniendo en cuenta que llevaba décadas sin latir.

No pude evitar sonreír cuando Marley nos presentó. Durante unos instantes, permanecí sumergida en su mirada. Curiosamente, a él parecía pasarle lo mismo. Era una situación muy extraña, sobre todo para mí.

- Ey, chicos, que estoy aquí-dijo Marley, riendo-.

Ambos desviamos nuestra mirada a ella.

- Veréis, la cosa es... que he olvidado hacer comida para mí.
- ¿Cómo?-preguntó Sam-.
- Bueno, podemos retrasarlo...-dije-.
- Oh, no, de eso ni hablar. Disfrutad lo que hay vosotros dos.
- Pero...-dijo Sam-.

Pero Marley ya no estaba. Nos había dejado a los dos solos, dos totales desconocidos y dos platos de comida.

- No sé por qué, pero algo me dice que tenía pensado dejarnos solos desde un principio-dijo Sam-.
- Sí, desde luego...
- ¿Te parece que nos... sentemos?
- Ehm..., vale.

Y lo hice. Aquello era totalmente nuevo para mí. Una chica que apenas conocía me había preparado una especie de cita con un chico al que acababa de conocer. Y para colmo, sabía que siendo un vampiro cualquier alimento que no fuera sangre me resultaría totalmente insípido.

Estuvimos como diez minutos en silencio. Ninguno de los dos nos atrevimos a decir nada hasta pasado un buen rato.

- Y...-empezó él-. ¿De dónde eres, Kyla?
- Yo...Soy neoyorquina.
- Vaya, qué guay. Siempre he querido ir a Nueva York. En mi opinión, es una de las ciudades más alucinantes del mundo.
- Y lo es. Aunque no voy desde hace mucho.
- ¿Cosas de padres?
- En realidad...-dije-. Mis padres están muertos.

Sam se atragantó con el agua que estaba bebiendo.

- Lo siento, he sido un idiota. No debería haber...
- No, no pasa nada. No tenías por qué saberlo. Además, fue hace mucho tiempo, y ya lo he superado.
- Yo...vivo con mi madre. Mi padre se fue hace ya varios años, y no he sabido nada de él desde entonces.
- Vaya, lo siento.

Estaba claro, el tema se nos había ido de las manos. La situación había pasado, en sólo un par de minutos, de ser incómoda a extremadamente incómoda.

- Puedo... ¿Puedo ser sincero contigo?-me preguntó-.
- Sí, claro.
- Estoy muy nervioso, nunca había estado en una...
- ¿Cita?
- Eso, cita-reí tontamente-.
- Yo tampoco, y también estoy bastante nerviosa.
- ¿Qué te parece si hacemos un trato? A partir de ahora, dejemos de lado los nervios.
- Bueno, lo intentaré, aunque no te prometo nada.
- No es para tanto, tan solo somos un chico normal y una chica tremendamente atractiva comiendo juntos.

Me quedé sin habla, aunque transcurridos unos instantes no pude evitar reír.

- Pues tú tampoco estás nada mal, la verdad.
- Venga ya, Kyla. No hace falta que me devuelvas el cumplido. Además... Lo mío iba en serio.
- Y lo mío también.

Llegados a ese punto, apenas nos quedaban temas de conversación.

- Esto, es muy tarde...-dije, levantándome-. Mejor será que me vaya preparando ya para el trabajo.
- Como tú quieras, aunque tampoco hay tanta prisa.
- Oh, no. No me malinterpretes, ha sido una comida genial, de verdad. Es sólo que...
- No hace falta que me lo expliques, sea lo que sea lo que te urge tanto. Todos tenemos secretos, y se llaman así por algo. No es necesario que te agobies.
- ¿Sabes qué, Sam? Me alegro de haberte conocido.
- Y yo de haberte conocido a ti, Kyla. Y por cierto-empezó a decir, mientras yo me daba la vuelta-, es el nombre más bonito que he escuchado nunca.

Tenía que decir eso último. ¿Por qué tuvo que decirlo? Tan sólo complicaba más las cosas. Volví a girarme.

- Sam, yo... No sé cómo explicarlo-aunque intentaba detenerme a mí misma, parecía como si hubiera perdido el control sobre las palabras que salían de mi boca-. Apenas hace una hora que te conozco, y sé que parece una locura, pero...
- Espera, tienes una mancha.
- ¿Una mancha, dónde?

Sam se acercó a mí y con su pulgar dibujó un semicírculo en mi mejilla izquierda.

- Así, creo que ya está.

Maldecí una y otra vez al inventor de ese truco, "el truco de la mancha". Si es que sólo nos faltaba un gondolero de los venecianos.

Me fijé en sus ojos, su tierna sonrisa. Su rostro tan cerca del mío. Nunca había sentido nada así, ni siquiera en vida. Era algo más poderoso incluso que el deseo de beber sangre, y aquello me asustó. Tanto, que cuando se acercó para besarme retrocedí.

- Lo siento, Sam, yo...
- No, el que lo siento soy yo. He sido un pretencioso. Tienes razón, hace apenas una hora que nos conocemos, y doy por hecho que tú también...
- Yo también lo siento, Sam. Sé que lo siento desde el momento en que has entrado por esa puerta y, por cómo me has mirado... sé que tú también lo sientes. Pero eso no cambia nada, yo, no puedo... Es difícil de explicar.
- ¿Qué hay de difícil? Si el sentimiento es mutuo, no entiendo dónde está el problema.
- Por favor, déjalo ya. No lo hagas tan complicado.

Así que se dio la vuelta y se marchó. Mientras tanto, pensé en todo aquello. Tenía que cambiarme de pueblo, otra vez. Había estado a sólo un par de instantes de cometer una de las mayor equivocaciones de toda mi vida, pues besarlo hubiera llevado a la pasión, la pasión hubiera llevado a la falta de consciencia y esta falta... a mi antiguo yo. Un yo que lo habría matado sin darse ni cuenta.

- ¡Sam, espera!-grité-.

Pero en el momento en que llegué a la puerta del bar me detuve bruscamente,a sólo unos centímetros de la luz del Sol, por lo que no pude seguirle. Justo en el instante en que me arrepentía de lo dicho, él ya no estaba y la única oportunidad de arreglar las cosas había desparecido. Dios, pero cuántas ganas tenía de besarle, de confirmarle que lo que ambos sentíamos era amor a primera vista, de decirle que los poco más de sesenta minutos que había pasado con él habían sido los más felices de mi larga vida y de muchas cosas más si yo hubiera sido humana. Pero no lo era, y jamás lo sería.

Todo aquello no había sido más que un conjunto de imperdonables errores. Relacionarme tanto con aquella chica, no despachar al chico en cuanto comencé a sentir aquello. No podía seguir así, dejando que los sentimientos gobernaran mi razón. Tenía que abandonar el pueblo cuanto antes.

Pensaba en ello mientras me preparaba para mi turno de noche, cuando oí su voz.

- Vaya, vaya. Quién lo iba a decir. La pequeña Kyla con problemas de amores. Cómo cambian los tiempos.

Sin duda, era la voz de un vampiro. Pero no del que yo pensaba en un principio.

- Alec, ya te lo dejé bien claro. No te quiero en mi vida, y si te acercas a cualquiera de mis conocidos...
- ¿Quién ha hablado de Alec? Yo hablo de mí.

Me había equivocado de vampiro.

- ¿Jamie?

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Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)