jueves, 15 de noviembre de 2012

Falkenhom (VII)

Falkenhom.

Antes de llegar allí, pasé por muchos otros sitios. Ciudades del centro de Estados Unidos, Sudamérica, Australia, las montañas del sur de Europa...  Buscaba sitios que no tuvieran mucha población y/o el menor número de horas de luz posibles. En todos los sitios donde viví (o intenté vivir), acabé recayendo. La tentación era siempre tan fuerte... Aquella era mi naturaleza, cada parte de mí deseaba lanzarse tras el primer cuello que viera.

Y lo hice, muchas veces. Costó no pocas vidas darme cuenta de que no podría vivir en ninguno de esos lugares. ¿En qué se diferenciaba Falkenhom? Bueno, era un pueblo con pocos habitantes y horas de luz como todos los demás, pero al mismo tiempo era distinto. No me preguntéis qué, porque aún a día de hoy no lo sé. Pero algo en ese pueblo me llamó la atención, hizo que tuviera un buen presentimiento lo suficientemente convincente como para pensar que podría terminar siendo mi hogar de manera indefinida, o al menos más allá de unas pocas semanas.

Cuando llegué a aquel aislado y en apariencia apacible pueblo sueco, tenía casi controlada mi sed de sangre humana. Llevaba cerca de seis meses sin dañar a nadie y esperaba permanecer en esa línea el mayor tiempo posible. Era muy difícil, tanto como le resulta a un drogadicto permanecer sin su droga, resistirse a probar la sangre humana. Así que procuré habituarme a la sangre de ciertos animales.

No es nada fácil deshacerse de esa dependencia, pero al contrario de lo que podríais pensar no es algo con lo que un vampiro "nazca". En su naturaleza, un vampiro que sea convertido y abandonado a su suerte no suele desarrollar esa necesidad, esa obsesión por la sangre humana, salvo que en su vida anterior ya realizara actos similares (asesinos, psicópatas y demás).

Pero si desde el mismo instante en que es convertido un vampiro tiene a alguien que le guía por ese camino, se transforma en pocos días en una auténtica máquina de matar. Ese es mi caso.

Fui convertida por Alec, quien convirtió a Jamie en una batalla en Europa de cara al final de la primera guerra mundial. Desconozco quién convirtió a Alec, pero estoy segura de que no era una muy buena persona antes de sufrir la transformación.

Me desperté con el sonido de las sirenas de policía todavía rondando en mi cabeza, la noche en que había visto por última vez a mis dos mejores amigos.

Las cosas habían cambiado mucho desde entonces. Era totalmente independiente y estaba a punto de comenzar una nueva vida. Si no llegaba tarde a mi turno de trabajo, claro.

Me levanté sobre las siete de la tarde, en gran parte recuperada del largo viaje aunque también cansada a causa del sueño que había tenido. Me duché y busqué algo de nueva ropa en mi pequeña maleta. No tenía mucha, sólo la suficiente como para no llamar demasiado la atención.

Entonces me entró sed. Comprobé mis reservas y me di cuenta de que no me quedaban demasiadas bolsas. Vacié una de ellas casi de un trago. Sangre de ciervo. No era tan apetecible como la humana, pero tampoco estaba mal. Terminado el tentempié mi rostro vampírico volvió a ser humano.

Mientras me lavaba los dientes y me enjuagaba la boca, pensé en que pronto tendría que salir de cacería. Con lo que tenía, no aguantaría más de cinco o seis días.

En cuanto estuve preparada, me aseguré de que mi habitación estuviera bien ordenada y salí de ella, en dirección a la escalera. Abajo, ya me estaban esperando.

- Y no te olvides de enseñarle...-oí la voz del hombre que había conocido horas atrás, hablando con una chica un par de años menor que yo-.

En cuanto me oyó, paró de hablar y se giró.

- ¡Vaya! Ya está despierta. ¿Ha dormido bien?
- Sí, gracias. Hacía tiempo que no dormía así.
- Me alegro de oírlo. Si no le importa, pasemos a las presentaciones. Marley-dijo, girándose hacia la chica-, ella es Kyla. Kyla, ella es Marley, mi hija.

Me acerqué hacia ella para saludarle.

- Marley te enseñará cómo funciona todo por aquí lo mejor que pueda, para que puedas empezar a trabajar.
- Muchas gracias, señor.

Así que aquella chica era la encargada de "introducirme" allí. En primer lugar, me enseñó el recinto en todo su esplendor. El edificio no tenía más que dos pisos: el primero para el bar y el segundo para unas pocas habitaciones. Respecto a este, me contó que aunque en aquella época iba menos gente en el bar siempre había alguien. Me habló de las normas del lugar y me enseñó a hacer algunas de las bebidas y comidas que se servían allí. En un momento dado me llegó el sonido de una canción.

- Perdona, será sólo un momento-dijo mientras cogía el móvil que tenía en el bolsillo. Permaneció unos instantes con la mirada fija en la pantalla y sonrió-.
- Vaya, pareces muy contenta. ¿Es un mensaje?-pregunté, más que nada por hablar un poco-.
- Sí. Es de Sam, mi mejor amigo-dijo mientras me enseñaba una foto de ella abrazada a un chico-. Quería saber si me iba bien.
- Parece majo-opiné-.
- Y lo es, mucho. Podría presentártelo, si quieres. Seguro que le caerás bien.

Así que aquello era lo que mi subconsciente, en el fondo, quería. Hacer amigos. Se suponía que tenía que pasar desapercibida ya que cuanta más gente conociera, más gente estaría en peligro.

- No, es igual. No hace falta...
- Por supuesto que sí. Mi padre me matará si cerramos el bar tan pronto, pero podría hacerlo mañana.
- Vale, hagamos un trato. Accedo a que me presentes al chico a cambio de un favor.
- ¿Cuál?
- Ve con él.
- ¿Qué? No, no puedo...
- Oh, claro que puedes. ¿Confías en mí, verdad?
- Claro, pero...
- Entonces créeme cuando te digo que he entendido a la perfección todo lo que me has dicho acerca de este sitio. Yo me encargaré de llevarlo esta noche.
- ¿Qué? ¿Estás segura? Es que es bastante trabajo y...
- Ve tranquila, estaré bien. No te preocupes.
-¡Te debo una!-dijo mientras se preparaba para marcharse-.
- De eso ni hablar.

Pero ya se había ido cuando dije aquella última frase. Empecé a pensar en la chica. En la época en la que yo me crié, uno de los tantos motivos por los que se me criticaba era por no haberme relacionado nunca con los de mi mismo sexo (más que nada, por que no las encontraba demasiado interesantes). Sin embargo, algo en mí había cambiado.

Quisiera o no creerlo, daba la impresión de que aquella chica quería no sólo ser mi amiga, sino presentarme a medio pueblo. Al principio me mostraba reticente, pero con unos pocos minutos de reflexión empecé a verlo todo desde otro punto de vista.

Tal vez aquello fuera lo que realmente quería. Tal vez con el tiempo pudiera llegar a tener una vida normal sin necesidad de aislarme del mundo. Llevaba mucho tiempo sin causar ningún daño, y puede que incluso pudiera acabar contándole la verdad a alguien en quien confiara lo suficiente. Puede que, después de todo, pudiera merecer algo similar. Quizás y sólo quizás, pudiera dar un primer paso para pagar mi gran deuda con la humanidad.

Pensaba en todo esto mientras me hacía cargo del bar. Aquella noche apenas aparecieron unas pocas personas. Llegada la hora del cierre, me disponía a hacerlo cuando oí una voz detrás de mí. Una voz que conocía desde hacía tiempo.

- Hola, Kyla. Cuánto tiempo. ¿Qué tal te va?

Me giré, aunque sabía perfectamente quién era. Alec.

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Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)