Era lunes, 11 de marzo de 2013. Un día como otro cualquiera.
Me desperté con su olor todavía impregnando las sábanas, aunque ella ya se había levantado. Me desperecé y me levanté de la cama. Fui al cuarto de baño para lavarme la cara y luego al comedor, donde la encontré sentada a la mesa, desayunando.
- Buenos
días, cariño-me dijo mientras la besaba-. ¿Has dormido bien? Me
pareció que tenías una pesadilla anoche.
- Oh, no. Es
que...Bueno, estoy nervioso. Sé que lo he hecho muchas veces, pero
me sigue resultando igual de difícil que siempre.
- Lo
entiendo. De verdad que iría contigo, Marcos. Sabes que iría, si
encontrara alguna manera de...
- Tienes la
entrevista de trabajo, Alba. Es la oportunidad de tu vida y si la
echaras a perder por mi culpa, jamás me lo perdonaría.
- Eres el
mejor novio del mundo-me dijo, sonriendo-.
- Lo sé, lo
pone en aquel regalo que me trajiste de Florencia, ¿recuerdas?
- Cierto.
- Ya te vale, tío-me dijo una voz masculina, justo cuando iba a salir por la puerta del apartamento-.
- ¿De qué
hablas?
- Te
despides de ella y no de mí. ¿Acaso hace falta que me acueste
contigo para ello?
- No,
Sergio. No hace ninguna falta que te acuestes conmigo.
- Bueno es
saberlo. ¿Y adónde vas?
- Sergio...-dije,
señalando el calendario con la cabeza-.
- Oh, vaya.
Vale, lo siento. ¿Quieres que...?
- No,
tranquilo. No hace ninguna falta. Aunque he quedado con Alba para
comer en el bar de la esquina, así que si te apetece podrías
venir.
- De
acuerdo, me apunto.
- Entonces
nos vemos luego.
- Hasta luego.
- Buenos
días, señor Pérez-le dije-.
- Buenos
días, Marcos-me respondió, alejándose con el periódico y el
suplemento que acababa de comprar-. Qué, ¿todo bien?
- Todo bien,
gracias. ¿Y usted?
- Bueno...Aquí sigo.
- Buenos
días, Marcos-me dijo la chica, sonriendo-.
- Buenos
días, Raquel. ¿que tal todo?
- Bueno, no hay muchas novedades desde que me lo preguntaste ayer-dijo, dándome como siempre el periódico del día-.
- Ya verás,
seguro que te tocará la lotería algún día de estos. Y seré el
primero en verte montar esa librería.
- Gracias
por el apoyo, Marcos-dijo, sonriendo-. Por cierto, he pensado...He
pensado que podría acompañarte, podría cerrar el quiosco unas
horas, sólo por un día...
- No es
necesario, Raquel. De verdad.
- Es que
como he oído que Alba no podía, he creído que...
- Verás, en
realidad, aunque Alba no lo sabe...prefiero ir solo. No te lo tomes
a mal.
- Por
supuesto que no. Pero espero que sepas que, bueno, para lo que
sea...Aquí me tienes...¿vale?
- Lo sé, Raquel. Créeme, lo sé desde hace tiempo.
Me despedí de ella con un fuerte abrazo y me dirigí a la parada de autobús más cercana. Tardaría como tres veces más que cogiendo el metro, pero por aquel entonces y desde hacía ya unos años le tenía fobia. No había vuelto a pisar una estación de metro desde aquel día.
Por el camino leí algunos de los titulares, la mayoría de ellos recalcando lo poco que le quedaban a los servicios públicos y, por supuesto, la sección de deportes con veinte páginas de fútbol y dos o tres de algunos otros deportes como la Fórmula Uno, para cuyo inicio faltaban pocos días.
Pero hubo una noticia en particular que me llamó la atención. Al parecer, habían detenido a un científico por experimentar con material genético en uno de los laboratorios de la Universidad de Los Ángeles, en Estados Unidos. La doctora Amanda Pierson, reconocida epidemióloga...
Pero no me dio tiempo a seguir leyendo, pues el autobús se había detenido y tenía que bajarme ya. Lo hice y anduve con paso firme algunos metros hasta que llegué a la entrada. Preparado, o al menos eso pensaba, para hacerlo una vez más. Hablar con mis padres y mi hermano pequeño, ambos fallecidos años atrás en una de las peores tragedias de nuestra historia.
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