Enamorados

"Enamorados" cuenta la historia de Alan Harris, un joven adolescente nuevo en el instituto de Guilford (Maine), que recuerda la historia varios años después. La historia de cómo conoció al amor de su vida.


ENAMORADOS 

- Annabeth Chase, ¿quieres a este hombre como tu legítimo esposo, para amarlo y respetarlo en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe? 
- Sí, quiero. 

Era maravilloso. Alan se sentía, sin temor a equivocarse, el hombre más afortunado del mundo. Iba a casarse con la mujer de sus sueños, y a compartir con ella toda una vida de amor y felicidad. 

- Y tú, Alan Harris, ¿quieres a esta mujer como tu legítima esposa, para amarla y respetarla en la salud y en la enfermedad, en la riqueza y en la pobreza, hasta que la muerte os separe? 

Alan miró a Annabeth. Estaba preciosa, vestida de blanco. Sus hermosos ojos verdes lo miraban, mientras una dulce sonrisa se dibujaba en su rostro, trasmitiéndole sin duda lo mismo que él sentía: un amor tan intenso y poderoso como la luz que emana de una estrella, infinito como el mismo universo. Fue entonces cuando Alan empezó a recordar el principio de todo aquello, como había comenzado, años atrás. 

La lluvia caía con fuerza sobre la pequeña localidad de Guilford (Maine). Estaba amaneciendo. Alan Harris, cansado y desesperado, corría hacia el instituto a toda velocidad. Sabía que llegaba tarde, y encima el primer día de clase. Si no fuera por el despertador, ese maldito despertador… Bueno, es igual, la verdad es que tampoco tenía demasiadas ganas de ir al instituto. 

No es que lo pasara mal, simplemente estaba acostumbrado a estar poco tiempo en cada lugar; sus padres se solían mudar cada pocos meses a causa del trabajo. Así que apenas le daba tiempo a hacer amigos, y si los hacía, los perdía por falta de contacto. Y el Instituto Guilford no iba a ser diferente de los demás. O al menos eso pensaba. 

Cuando llegó y se hubo asegurado unas pocas docenas de veces de que aquella era su clase, llamó y entró. 

- Enhorabuena, señor Harris, veo que ha conseguido llegar sano y salvo… aunque tarde-dijo el profesor, sarcásticamente-. Dado que es su primer día, consideraré esta falta como nula. Siéntese. 
- ¿Y dónde puedo…? 
- En una silla, preferiblemente. 

Unas pequeñas risillas se oyeron en la clase. Buscó rápidamente un sitio donde poder sentarse, y lo encontró junto a la ventana, al lado de una chica. Se sentó al lado de ella. Era rubia y de ojos verdes, y llevaba un gorro de lana. Tras haber acabado el profesor de hablar, la chica se presentó. 

- Hola, me llamo Annabeth. 
- Y yo Alan. 
- Encantada de conocerte, Alan. 

Durante unos segundos, ambos se quedaron, sin saber por qué, mirándose el uno al otro sin hablar, como hipnotizados. 

- Señorita Chase -intervino de nuevo el profesor-. Cuento con usted para que ayude al señor Harris a integrarse en el instituto. 
- Lo haré, no se preocupe. 

A la hora de la comida, Alan siguió a Annabeth hasta el exterior, donde muchos alumnos se habían apalancado ya para comer. 

- Podríamos comer también dentro, aunque la mayoría preferimos comer aquí fuera -dijo Annabeth-. Resulta más agradable. Sobre todo en cierto lugar que sólo yo conozco. 
- Y podría… ¿acompañarte? 
- Claro, siempre y cuando me prometas que no se lo revelarás a nadie. 
- Lo prometo. 

Annabeth condujo a Alan a través de un pequeño sendero a pocos metros del edificio. Al acabarlo, llegaron a una especie de cueva, pero cuyas paredes eran troncos de árboles y cuyo tejado eran plantas. 

- Es precioso -comentó Alan_. 
- Lo sé. Por eso vengo aquí en la hora del descanso, siempre que puedo. Mira, allí delante podemos parar a comer. 

Habiendo acabado la comida, Alan empezó a hablar con Annabeth. Y lo más sorprendente para Alan fue que, al contrario que con casi todas las demás personas, hablar con Annabeth era mucho más fácil. Ella le inspiraba confianza y seguridad. Fue entonces cuando Alan se dio cuenta de la gran cantidad de cosas que tenían en común: gustos, aficiones… 

- Madre mía, si son las cinco -dijo Annabeth-. No sabía que era tan tarde. Sí que nos ha pasado rápido el tiempo. Tendría que estar ya en casa. 
- Vale, pues… Bueno, hasta mañana. 
- Hasta mañana. Ah, por cierto, Alan… 
- ¿Si? 
- Me ha gustado hablar contigo. 

Alan se sentía más que eufórico. No podía creer que en su primer día de clase hubiera logrado hacer una amiga. Y, por primera vez desde hace bastante tiempo, Alan deseó que llegase el siguiente día de instituto, para poder volver a verla. Así que al día siguiente, Alan se levantó bien pronto y esperó a Annabeth en la entrada del instituto. 
Cuando llegó fue a su encuentro, mientras ella le saludaba con la mano y una sonrisa. 

- Vaya, sí que has llegado pronto. Veo que te has tomado la norma de la puntualidad muy en serio. 
- Todo es cuestión de empeño, incluso yo puedo hacerlo. 

Annabeth rió. Al día siguiente, un sábado por la mañana, Alan y Annabeth fueron al rincón secreto que ésta le había enseñado. Estaba nublado, y hacía frío. Ambos llevaban un abrigo puesto, y Annabeth el mismo gorro de lana que el día en que la conoció. Se anunciaba una tormenta. Tumbados allí, en la hierba, comenzaron a hablar. 

- ¿Sabes, Alan? Cuando era pequeña, solía venir todas las tardes aquí. Me gustaba tumbarme en el suelo, cerrar los ojos e imaginarme historias con los sonidos que escuchaba. 

Alan se encontraba desesperado. En los últimos días, se había dado cuenta de que no podía dejar de pensar en Annabeth. Deseaba siempre estar con ella el mayor tiempo posible, y lo fascinaba todo en ella: su sonrisa, su voz, su rostro, su personalidad… ¿Se habría enamorado de ella? No, aquello era imposible, la conocía sólo desde hacía unos días. Pero entonces, ¿qué era aquello tan intenso que sentía por ella? 

- ¿Annabeth? 
- ¿Sí? 
- ¿Podría hacerte una pregunta? 
- Claro. 
- ¿Alguna vez has ocultado tus sentimientos a alguien por…-Alan tragó saliva- por no saber cuál será su reacción, por si se enfada contigo? 
- Alguna vez, ¿por? 
- Nada, sólo era curiosidad. 

“Sólo curiosidad”… Desde luego, con palabras como aquellas, Alan tardaría años en confesar a Annabeth lo que sentía por ella. De pronto, por su mente cruzó una fantástica idea: cogería unas cuantas flores, y haría con éstas un ramo para Annabeth. Lo había leído en las novelas románticas, aquello nunca fallaba. 

Cuando había reunido ya las suficientes, Alan hizo el ramo y volvió. 

- Annabeth, mira lo que he encontrado. 

Annabeth se levantó. Al fijarse en el ramo, quedó sorprendida. Aquella era, sin duda, una situación inesperada. Su único y mejor amigo había hecho un ramo de flores para ella, señal inequívoca de que ella le gustaba. Pero aquello era demasiado imprevisto. ¿Cómo saber si, en el fondo, a ella también le gustaba él? Sonrió amablemente, disimulando. 

- Vaya, Alan- dijo Annabeth, con un cierto tono de sorpresa_. Es precioso. 
- ¿A que sí? Lo he hecho para ti. Toma. 
- ¿En serio? Vaya, no sé qué decir… 
- Podrías cogerlo. 
- Sí, sería una buena idea. 

Annabeth fue a coger el ramo. Mientras lo hacía, su mente seguía en una fatal encrucijada. No sabía qué hacer. Por un lado, no quería estropear su amistad con Alan, el único amigo que había tenido en toda su vida, pero por otro… De pronto, le vino al pensamiento la imagen del chico de sus sueños, al que tanto tiempo había estado buscando. Annabeth había esperado mucho tiempo, y tal vez aquello, en cierto modo, la había cegado emocionalmente. Pensó en Alan, y en todos los momentos que había pasado con él, y se dio cuenta de algo: habían sido los más felices de su vida. ¿Cómo podía no haberlo visto antes? Alan era, para ella, el chico perfecto: era simpático, divertido…, y siempre estaría allí, dispuesto a ayudarla, dispuesto a quererla. Definitivamente, Annabeth estaba enamorada de Alan. 

- Hmmm…-dijo Annabeth al cogerlo-. Qué bien huele. Esto es maravilloso, Alan, es genial, es… ¡una abeja! 

Annabeth soltó el ramo, y Alan fue ayudarla, consciente de su metedura de pata. Pero, al intentarlo, tropezó y cayó de espaldas contra el suelo. Annabeth fue a ayudarle. 

- ¿Alan, estás bien?- preguntó Annabeth, angustiada-. 
- Sí, no te preocupes. La hierba ha amortiguado mi caída. 
- Deja que te ayude a levantarte. 

Pero Annabeth no pudo evitar resbalar en la hierba, que estaba mojada por el rocío de la mañana, y cayó sobre Alan. Ambos quedaron mirándose el uno al otro, en silencio, sin decir nada. Porque no les hacían falta palabras para entenderse. Bastó una mirada del otro para que cada uno confirmara, por su cuenta, que ambos sentían lo mismo. Los dos acercaron sus caras. 

Tímida, aunque decididamente, Alan y Annabeth se besaron, deseando ambos que aquel momento no terminara nunca, que aquel beso fuera eterno, que nunca tuvieran que separarse el uno del otro. 

- ¿Alan? 
- Sí, claro que quiero. 
- Entonces, os declaro marido y mujer. Puedes besar a la novia. 

No hubo terminado el cura la frase, Alan y Annabeth ya se estaban besando. Alan cogió a Annabeth en volandas y la llevó por todo el pasillo de la iglesia. Al llegar a su final, la soltó y ambos salieron corriendo, riendo, felices. Felices por todo lo que habían vivido juntos, y por todo lo que les quedaba por vivir. Felices por sentirse así, tan maravillosamente. Enamorados.


1 comentario:

  1. Me encantaaa!!
    Madre mia, que bonito!! el ramo de flores, la abeja, la caida jaja... ;)
    Si yo fuera anabeth, me pondria supernerviosa esperando el si quiero, viendo a mi futuro marido perdido en sus pensamientos, ausente...
    Escribes genial!!
    Me gusta mucho el blog, 3 años ya... aun me queda mucho para alcanzarte!! los gadgets son geniales y tus historias wow!
    Un besazo!

    PD: te espero en mi mundo de sueños ocultos http://rinconcitodelunasrotas.blogspot.com

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Soy el número cuatro

Soy el número cuatro
Me encanta esta peli :)